
Esta semana he recibido el reconocimiento como Ashoka Fellow 2025. Es un honor enorme, pero sobre todo es una oportunidad para reflexionar sobre el camino recorrido y, más importante aún, sobre el que queda por delante. Te cuento cómo ha pasado todo esto.
Tenía solo 8 años cuando entendí, con una claridad brutal para esa edad, lo que significan los privilegios. Mi familia acababa de regresar de pasar un año en Boston y volvimos a nuestro barrio de Vallecas. En casa nunca nos había faltado nada, pero vivíamos en un ambiente humilde y sencillo. Ese contraste entre mi año en Estados Unidos y la realidad de muchos de mis compañeros de clase y de barrio me golpeó con fuerza. Comprendí que mi vida iba a ser diferente no por mérito propio, sino simplemente por haber nacido en una familia y no en otra.
Poco después, dos amigos muy cercanos de mi familia, Pablo Osés y Javier Repullés, se sumaron al grupo de activistas que lideraron las movilizaciones del 0,7%, aquellas que sacaron a decenas de miles de personas a la calle para exigir que España cumpliera sus promesas internacionales de lucha contra la pobreza. Miles de personas acampamos en el centro de ciudades de todo el país, en señal de apoyo a los huelguistas que pasaron más de un mes en huelga de hambre.
Me marcó para siempre el liderazgo y la capacidad de movilización e influencia de ese grupo de personas aparentemente normales, pero a la vez extraordinarias. Con apenas 11 años ya tenía claro que de mayor no me quería parecer ni a Emilio Butragueño ni al Equipo A, sino a los héroes del 0,7%. Descubrí que mi vocación era la movilización ciudadana por la justicia social.
Desde entonces no he abandonado esa senda. Tras años trabajando en cooperación internacional en la Comisión Europea y después en Oxfam Intermón, donde aprendí mucho sobre lo que funciona y lo que no en las grandes organizaciones sociales, se cruzó en mi camino David Soler. En 2011 acababa de crear la Fundación Salvador Soler para continuar el legado de su padre.
Con el único mandato de impulsar cambios estructurales que fortalecieran la justicia social, la Fundación me entregó un folio en blanco para poner en marcha Political Watch. Con ella quise dar respuesta a tres obstáculos que las organizaciones de la sociedad civil enfrentan para participar e influir en los espacios de decisión política:
Primero, el trabajo atomizado y en silos de muchas organizaciones sociales, a pesar de que sus causas están íntimamente interconectadas. Segundo, la falta de canales y herramientas institucionales para mantener una relación sostenida e influyente con los poderes públicos. Y tercero, la dificultad para aprovechar los avances tecnológicos en sus acciones de incidencia política.
Pronto tuve claro que el maridaje entre tecnologías cívicas, alianzas estratégicas e innovación pública iba a ser nuestro valor añadido. Estos tres ingredientes, trabajados conjuntamente, pueden reconfigurar el papel que la sociedad civil juega en el sistema democrático, dándole un lugar de relevancia en la mesa donde se toman las decisiones que afectan a nuestros derechos y libertades colectivas.
El impacto de Political Watch no es fácil de cuantificar. No excavamos pozos, ni atendemos pacientes, ni rehabilitamos barrios. Construimos la infraestructura cívica que permite defender y cuidar la democracia que tenemos, mientras ponemos en marcha la democracia que necesitamos.
Gracias a Qué Hacen Los Diputados, una herramienta que desarrollamos, cualquier persona o entidad tiene acceso a la información sobre lo que se hace y decide en el Congreso. Una información que, de no ser por esta herramienta, solo estaría al alcance de las grandes empresas del Paseo de la Castellana. Hoy, más de 500 organizaciones, activistas y periodistas acceden diariamente de forma abierta y gratuita a la información parlamentaria que, en sus manos, se convierte en inteligencia política colectiva.
También ha dado frutos Ampliando Democracia, una coalición que impulsamos y dinamizamos junto a organizaciones sociales, activistas y personas expertas. Sus propuestas sobre cómo lograr una mejor participación ciudadana en la vida pública han sido trasladadas a importantes procesos de innovación institucional en España, como el I Plan de Parlamento Abierto, y muchas han sido aceptadas por los partidos políticos. El trabajo de incidencia colaborativa fue clave para mantener a los principales partidos involucrados y para ejercer la presión ciudadana necesaria para que el Plan fuera aprobado.
Como runner que soy, para mí, la democracia se parece mucho más a un músculo que a una ley o a un edificio. Para que se mantenga fuerte, sana y útil, hay que practicarla y entrenarla. Y para que sepamos usarla en asuntos complejos o momentos difíciles, hay que comenzar a activarla desde lo cotidiano, desde el día a día, e idealmente desde la infancia.
Democracia es acostumbrarnos a pensar más en primera persona del plural que en primera del singular. Es entender que lo público y lo colectivo no es que no sea de nadie, sino que es de todos. Y a todos nos toca cuidarlo y preservarlo. No existe democracia sin una ciudadanía activa, consciente, informada y exigente.
Para mí, tan democracia es acudir a votar cada cuatro años como saber dónde está la asociación de vecinos de tu barrio y dejarte caer por allí de vez en cuando para ver qué se cuece y en qué se puede contribuir. Y tan democracia es lograr la renovación del Consejo General del Poder Judicial como que en un tema trascendental como reimaginar el diseño de los pueblos afectados en la reconstrucción tras la DANA, la ciudadanía y las entidades sociales aporten su experiencia e inteligencia colectiva, participando en la toma de decisiones e influyendo desde dentro durante todo el proceso.
Para Political Watch deseo que sigamos siendo un actor clave en las transformaciones sociales por las que venimos luchando. Luchas que son colectivas y que requerirán de muchas otras organizaciones trabajando juntas.
Sueño con que logremos tener una gran plaza pública digital que ponga la tecnología al servicio del interés colectivo y democratice el acceso a los avances tecnológicos. Y sueño con que tengamos un sistema democrático que nos haya vuelto a seducir, que responda a las necesidades de la sociedad, que ponga a las personas y sus derechos en el centro, y que sea acogedor y sensible con quienes más lo necesitan.
Ser Ashoka Fellow es un reconocimiento, sí, pero sobre todo es una responsabilidad. La responsabilidad de seguir construyendo, junto a un equipo comprometido y a cientos de aliados, esa democracia que todos necesitamos. Una democracia que se practica, que se cuida, que se entrena cada día.